domingo, 31 de marzo de 2013

George Orwell : That was all, and he was already uncertain whether it had happened...


   
That was all, and he was already uncertain whether it had happened. Such incidents never had any sequel. All that they did was to keep alive in him the belief, or hope, that others besides himself were the enemies of the Party. Perhaps the rumours of vast underground conspiracies were true after all — perhaps the Brotherhood really existed! It was impossible, in spite of the endless arrests and confessions and executions, to be sure that the Brotherhood was not simply a myth. Some days he believed in it, some days not. There was no evidence, only fleeting glimpses that might mean anything or nothing: snatches of overheard conversation, faint scribbles on lavatory walls — once, even, when two strangers met, a small movement of the hand which had looked as though it might be a signal of recognition. It was all guesswork: very likely he had imagined everything.



George Orwell
Nineteen Eighty-four
Penguin, GB, 1954








Eso era todo, y ya no estaba seguro de si había sucedido. Tales incidentes nunca dejaban ninguna secuela. Todo lo que hacían era mantener viva en él la creencia o la esperanza de que otros, además de él, eran los enemigos del Partido. Tal vez los rumores de grandes conspiraciones subterráneas fueran ciertos después de todo; ¡tal vez la Hermandad realmente existía! Era imposible, a pesar de las detenciones interminables y confesiones y ejecuciones, estar seguro de que la Hermandad no era más que un mito. Algunos días lo creía, otros días no. No había pruebas, sólo destellos fugaces que podían significar cualquier cosa o nada: retazos de conversaciones escuchadas de costado, garabatos borrosos en las paredes del baño; una vez, incluso, cuando dos desconocidos se encontraban, un pequeño movimiento de la mano que le había dado la impresión de ser una señal de reconocimiento. Todo era conjeturas: muy probablemente se lo había imaginado todo.





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sábado, 30 de marzo de 2013

viernes, 29 de marzo de 2013

George Orwell : Of course he chanted with the rest


   
Of course he chanted with the rest: it was impossible to do otherwise. To dissemble your feelings, to control your face, to do what everyone else was doing, was an instinctive reaction. But there was a space of a couple of seconds during which the expression of his eyes might conceivably have betrayed him. And it was exactly at this moment that the significant thing happened — if, indeed, it did happen.




George Orwell
Nineteen Eighty-four
Penguin, GB, 1954







Por supuesto, cantó con el resto: era imposible hacer otra cosa. Disimular los sentimientos, controlar la cara, hacer lo que todos los demás estaban haciendo, era una reacción instintiva. Pero había un espacio de un par de segundos durante los cuales la expresión de sus ojos podría posiblemente haberle traicionado. Y fue exactamente en este momento cuando lo importante ocurrió — si fue, en efecto, que ocurrió.




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Hans Christian Andersen : Fairy Tales

   
   
Una lectura que comienza

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J & P & G & R

   
   

Costa del Este, BA, 25 de febrero de 2013 
© Colman, 2013


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jueves, 28 de marzo de 2013

miércoles, 27 de marzo de 2013

Micrófono abierto

   
   
Foto : Colman
Lugar : Escenario del Centro Cultural Raíces
Buenos Aires (RA)
Mayo de 2004

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sábado, 23 de marzo de 2013

miércoles, 20 de marzo de 2013

Naguib Mahfuz : Cuentos ciertos e inciertos

   
   
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Chamico (Conrado Nalé Roxlo) : Citas

Las siguientes citas son de
Chamico (Conrado Nalé Roxlo)
Mi pueblo
Kapelusz - BA - 1985

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[ p.40 - p.42 ]

Mi pueblo conoció tres clases de alumbrado público y mucha oscuridad.

(...)

Recordaré. eso sí, el homenaje que tributó el pueblo al vecino caracterizado que plantó el primer farol en la esquina de su casa, homenaje que despertó los celos de otro vecino, más viejo y más caracterizado, ya que la barba le llegaba a la faja, quien, para no ser menos, se sirvió su homenaje como introductor del alumbrado lunar.

(...)

La luz tenía otra particularidad, y era que se apagaba de cada hora, media. Pero nadie chistó, pues creíamos que eso era lo que se llamaba corriente alternada.

(Alumbrado público)

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Don Hércules [el único y tradicional relojero del pueblo] era tan viejo que decían las malas lenguas que había comenzado arreglando relojes de arena.

(...)

Harto el pobre jefe de oír las quejas de los viajeros y de los que iban a pasear a la estación a la hora de los trenes, que eran los más exigentes, optó por mover con sus propias y resignadas manos las manecillas del reloj de acuerdo con las circunstancias. Si el mixto de la nueve y trece venía con una hora de atraso, el jefe acomodaba el reloj desde que tenía noticia de la demora. Y así los concurrentes a la estación, que se habían guiado por los otros relojes anárquicos, no sabían a ciencia cierta con qué retraso llegaba el tren y las quejas se detenían al borde del libro de quejas.

(Meridiano local)


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[ p.54 - p.55 ]

En aquel tiempo la juventud dorada de nuestros pueblos chicos acostumbraba a pasearse en las estaciones al atardecer con el pretexto de ver pasar los trenes. Pero como por la nuestra no pasaban más que dos trenes, uno por la mañana y otro a altas horas de la noche, la gente, falta de aquella excusa, no se atrevía a ir, lo que en realidad no era más que un prejuicio de aldea, ya que iban a la plaza, por donde tampoco pasaban trenes. Pero en los pueblos son así.

(Ferroviaria)

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[ p.57 ]

Cuando la modista francesa se instaló en el pueblo produjo un gran revuelo, y no sólo de faldas.

(Víctima de la competencia)

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[ p.61 ]

—La primera vez que me mamé fue en Yapeyú, el día que se corrió la noticia de que acababa de nacer el general San Martín...

(El Negro Diana)

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martes, 19 de marzo de 2013

Poems in English by Samuel Beckett

   
   
Una lectura que comienza

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The Vulture; by Samuel Beckett


   
   
dragging his hunger through the sky
of my skull shell of sky and earth

stooping to the prone who must
soon take up their life and walk

mocked by a tissue that may not serve
till hunger earth and sky be offal






El buitre

arrastrando su hambre a través del cielo
de mi cráneo caparazón de cielo y tierra

inclinándose ante los mal predispuestos que deben
a la corta alzar su vida y caminar

burlado por un tejido que pudiera no servir
hasta que el hambre la tierra y el cielo sean carroña



Echo's Bones
Samuel Beckett
Tomado de
Poems in English by Samuel Beckett
Grove Press, Evergreen; NY, 1961







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Juan Burghi : El paisaje y su voz

   
   
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jueves, 14 de marzo de 2013

martes, 12 de marzo de 2013

domingo, 10 de marzo de 2013

Mientras tenga lugar en la camiseta


   
Igual que muchas mañanas, cuando no llueve, estaba hoy leyendo por la pista de atletismo del parque... ya te conté hace un tiempo que leo y, mientras tanto, camino por la pista; ha sido un hallazgo de mi edad madura esto de que puedo caminar mientras leo, también que puedo hacerlo sin llevarme nada por delante; y, no sólo eso, sino que lo puedo hacer sin anteojos: como si la luz de la mañana, multiplicada a mi alrededor, me acercara las palabras, incluso las más pequeñas.
Bueno... como te decía... resulta que por ahí andaba yo con mi libro de Roth, dando vueltas a la pista, en esta mañana de grandes nubes en el cielo, las que, cada tanto, dejaban pasar un rato de sol. Te conté también, creo, que para que no me queden marcas en la cara, cuando camino con el sol de frente no leo sino que dejo el libro por un rato, con un dedo en la abertura de la hoja que debo retomar, y levanto la cara hacia el cielo, o casi: de este modo, el sol no me pega en la cabeza y la sombra de mis propias facciones no me deja marcas blancas que parecen después manchas de lavandina.
En eso estaba, bajando el libro para encarar la parte de la pista con el sol de frente, cuando me pasó, por la izquierda, un muchacho con una remera que, en su espalda, decía: “Corremos por la Memoria, la Verdad y la Justicia”.
Me imagino la cara que ya estarás poniendo...
Sobre todo, sabiendo como sabés, que soy malo; bastante malo y, sobre todo, con estas cosas.
Pero, si bien lo soy, no te lo voy a negar, no lo soy tanto: sabés bien que cierto grado de maldad exige esfuerzo; y tengo el esfuerzo bien reservado para esas cosas que valen la pena: las cuales no son tantas —y son otras, no las dedicadas a la maldad.
Así que, así fue que, por la izquierda me pasó este muchacho, al trote sencillo, cosa que me dio tiempo para leer toda aquella declaración pegada a su espalda.
“Así que corren, él y algunos más, a juzgar por el plural, por la memoria, la verdad y la justicia (me ahorro acá las mayúsculas porque me da, no sólo la impresión de una presencia exagerada sino también de estar cruzando hacia un terreno vedado a los humanos pobres)...”, pensé.
No me parece mal, para nada, que corra por lo que más quiera o mejor se le acomode. Tampoco me parece cosa de pintarse en la espalda. Pudiera ser que en la frente, pero ¿en la espalda?
Acá me desvío, pero nada más que un poco.

Sos una de las pocas personas que sabe de mi colección de estampillas; la que comencé cuando tenía cinco años a raíz de aquel sobre que encontré en la placita de la iglesia, una vez que fui con el Tata y donde me la pasé corriendo mientras él se fumaba, sentado en el banco que ahora ya no está, uno de sus cigarritos oscuros.
En el sobre había 37 estampillas, algunas de ellas bastante viejas, algunas un poco rotas y otras atacadas por la humedad y manchadas, pero que, a pesar de estas minusvalías, significaron para mí el encuentro con un territorio desconocido. El Tata me explicó lo que eran y para qué se usaban; también que había personas que las juntaban y las coleccionaban: por entonces, coleccionar significó para mí comprar unos sobres mejores y guardarlas ahí. Más tarde, el mismo Tata me trajo un álbum con hojas de cartulina de color plomo, con otras hojas de papel de calcar que se dejaban caer por delante una vez que las estampillas estaba pegadas, apenas, mediante un recorte muy pequeño de cinta scotch cuidadosamente plegado sobre sí.
Desde el día cuando comencé aquella colección, el Tata me fue trayendo más estampillas: las sacaba de las cartas que llegaban a casa, utilizando el vapor que salía por el pico de la pava, y también de los sobre que le daban algunos de los vecinos con los que charlaba en la puerta o en la plaza. Otros parientes se fueron enterando de mi colección y me fueron ayudando a aumentar el espacio ocupado de aquella carpeta, tanto que pronto el Tata me trajo un álbum nuevo. La tía Luisa me traía estampillas cuando venía de visita desde San Miguel, el tío Beto, quien conseguía unas cuantas de su oficina en la compañía de turismo, el tío Antonio, desde su negocio en Devoto, y también la tía Rosa, de los paquetes que le llegaban desde Glasgow. Fue pasando el tiempo, los años, y me fui enterando de que algunas de las estampillas que tenía, sobre todo de entre las que me traía el Tata cuando iba hasta el Centro para hacer algún trámite, eran de no poco valor; estampillas cuyo precio de venta estimado de hoy ni me atrevo a averiguar por miedo a que ese conocimiento desvirtúe la idea que tengo de mi colección y me desvíe del placer que siento cuando paso la mano por el lomo de aquellas carpetas que hoy descansan en uno de los estantes, ahí donde están los libros de porte mayor: diccionarios, atlas y demás joyería.
Vos te estarás preguntando cómo vine a parar acá desde mi lectura caminada de esta mañana. Bueno...

Imagináte que, cautivado por la propuesta de aquellas palabras en la espalda del muchacho trotador, decidiera también yo adherirme y colaborar haciendo algo por la memoria, la verdad y la justicia.
Y, entonces, anunciara que, desde ahora, en nombre de tales metas, me voy a poner a coleccionar estampillas. Y me hago hacer una camiseta que dijera: “Colecciono estampillas en nombre de... (ya sabemos qué)”; aunque también pudiera ser que agregara otros compromisos: por supuesto, mientras haya lugar en la camiseta.
Claro que, bien mirado, no sería un gran movimiento el mío, ¿verdad? No habría grandes cambios en mi vida, para no mencionar el efecto de tal decisión en el resto del planeta.
Sí... No hay nada más cómodo que apoyar un gran ideal sin tener que modificar en nada lo que ya se venía haciendo hasta ayer.
Tanto que así fue cómo al llegar al final del tramo de pista durante el cual el sol me daba en la cara, mientras iba tomando la curva que se desplegaba hacia la izquierda, abrí el libro de Roth en la página donde mi dedo había permanecido apretado y seguí leyendo mientras veía, entre la parte de debajo de las pestañas y el libro, cómo se iba moviendo mi sombra hasta señalarme el camino próximo a seguir.






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Joseph Conrad : Youth; Heart of Darkness; The End of the Tether

      
   
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Y lo que diga el mar...

      
   
Costa del Este, BA, 24 de febrero de 2013 
© Colman, 2013

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viernes, 8 de marzo de 2013

jueves, 7 de marzo de 2013

domingo, 3 de marzo de 2013