sábado, 1 de octubre de 2016

Fragmentos sin futuro 19

Durante los últimos tiempos, distintos fragmentos —voces de ninguna parte bien cercana— me dieron plenamente en la cara; algunos son principios de historias, otros son finales, y los más: interrupciones a la mitad; historias todas ellas que nunca escribiré. Imágenes vagas, incompletas, bajas. Corazones de sangre apagada, detrás de unas risas, o de una burla. Para pasar y olvidar. Como los cardones de la ruta.

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Me preguntaba el otro día si será por alguna moda (que ignoro) que las editoriales de poesía de estos días tienen nombres tan feos.

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La violencia hace que personas buenas se vuelvan crueles.

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Noto que hay una tendencia a creer que todo lo que se publica en la Internet (en espacios como el FaceBook y similares) es cierto; y me pregunto cómo ha ocurrido que el mundo se ha llenado (mayoritariamente) de boludos o si será que la cantidad se ha mantenido constante y es la Internet (justamente) la que hace que ahora se note mejor.

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Pareciera no haber boca lo suficientemente grande para conmemorar los doscientos años de independencia... y me quedo esperando la carcajada.

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La primera vez que escuché aquella declaración: “Yo estoy dispuesto a morir por mis ideales.” Y ya entonces tuve toda la sensación de que no acordaba conmigo. Aquella sensación no hizo que me sintiera muy bien que digamos; y, al principio, pensé que era porque me parecía que siempre habría mejores opciones que morir. Con lo años, tuve que reconocer que, aun cuando seguía pensando eso de las opciones, no era eso lo que me molestaba de la dicha declaración. Lo que me molestaba (y me molesta aún) es que quien la declama lo que en realidad está diciendo es que, por sus ideales, está dispuesto (como lo probaron no pocos, y lo siguen probando) a matar.

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La bandera es un síntoma.

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Primero, dice que el capital es el mismo demonio.
Después, maldice porque la selección de fútbol no ganó el campeonato.
Es incapaz de ver que el campeonato fue organizado por el capital.
Y maldice de nuevo cuando la izquierda resulta una minoría.
Y pierde las elecciones.
Y maldice de nuevo que la democracia sea producto del capital.
Así, fracasa la izquierda, atendida por sus propios dueños.

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Cuando alguien me molesta, pero mucho (lo cual, debo admitirlo, no ocurre a menudo), tomo una hoja y escribo su obituario; sé que, muy probablemente, no será útil a la brevedad pero, curiosamente (y para mi sorpresa), a los pocos minutos me olvido del asunto.

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Para ser útil, hay muchas veces que poseer un don, no basta con el esfuerzo. Pero, cuando no se tiene el don, se puede poner el esfuerzo al servicio de no ser inútil.

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